Si algo debería permitir una crisis es aprender. Cuando se cumplen 10 años del estallido de la crisis financiera internacional, repasamos a qué conclusiones ha llegado la sociedad en este periodo. También las últimas propuestas para evitar otro cataclismo, a través de una banca y una economía apegadas a las necesidades sociales.
14 de septiembre de 2007
La memoria es frágil. Por eso, entidades como Finance Watch, agrupación de ONG y asociaciones de consumidores para cambiar las finanzas, han querido conmemorar el décimo aniversario del infausto 14 de septiembre de 2007.
Fue una de las primeras jornadas de pánico bancario de la crisis, cuando la entidad hipotecaria británica Northern Rock necesitó la ayuda de su banco central, incapaz de reintegrar depósitos de sus clientes. El banco fue uno de los primeros afectados por las llamadas hipotecas subprime.
La alegría con la que las entidades financieras concedieron hipotecas se tornó en drama cuando, acompañada por la subida de precios de la vivienda, dio lugar en Estados Unidos al impago de múltiples créditos hipotecarios. El “empaquetado” de estas hipotecas subprime, para hacerlas más atractivas, que incluía productos financieros complejos, distribuyó el riesgo en entidades y clientes bancarios de todo el mundo, iniciando una cadena de desastres.
Así cayeron múltiples bancos, rescatados para proteger a sus depositantes. Se contrajo el crédito a empresas y se endeudaron gravemente múltiples Estados europeos, situando a algunos como Grecia al borde del colapso. La situación impactó directamente en las personas a través de la pérdida de viviendas, la recesión económica y los altos niveles de desempleo generados, aún muy presentes en países como España.
Diagnóstico y tratamiento de choque
Tras el shock, las conclusiones de la Comisión de Investigación sobre la Crisis Financiera nombrada por el Gobierno de Estados Unidos establecieron lo esencial de su relato colectivo.
La crisis fue consecuencia de “errores generalizados en la regulación y supervisión financiera”, de “una combinación de crédito excesivo, inversiones arriesgadas y falta de transparencia” y también de un “colapso sistémico en la responsabilidad y la ética”.
Se señalaba pues tanto al sector financiero como a las instituciones públicas encargadas de supervisarlo. Otros, como el periodista económico Joris Luyendijk, han ido más lejos, extendiendo la responsabilidad: “Todos estamos implicados y en cierto modo somos cómplices”, señalaba el autor de Entre tiburones, una temporada en el infierno de las finanzas, sobre la City londinense, indicando que la ciudadanía eligió a los responsables de crear “un sistema que no ponía ninguna traba a los bancos y les daba toda la libertad para actuar como deseaban”.
Eso se terminó, parcialmente, con la reacción de las instituciones. Aún se discute qué hubo de real en afirmaciones categóricas como la del entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, que llegó a hablar de “refundar el capitalismo”, pero existió una cascada de nuevas regulaciones que todavía se siguen desplegando. En Estados Unidos, la ley Dodd-Frank creó nuevas agencias federales para controlar mejor los bancos. A nivel global, se introdujeron los estándares Basilea III, que obligan a los bancos a aumentar sus niveles de capital, para evitar que vuelvan a estar en riesgo y tengan que ser rescatados por las arcas públicas.
No obstante, muchos consideran que “cambiar las reglas no conseguirá por si solo cambiar el comportamiento individual o institucional”, como afirmaba en Forbes Bob Graves, codirector de la firma legal Jones Day’s Banking & Finance Practice.
Hacia una solución real
En este sentido, el comportamiento comenzó a cambiar al menos entre nutridos sectores de la ciudadanía y el tejido empresarial. Opciones como Triodos Bank, entidad que operaba ya desde 1980, vieron un aumento relevante de las personas que se interesaban por su modelo de banca con valores, basado en la transparencia total en la política de financiación y en su concentración en una economía realcon impacto social positivo, no en la inversión especulativa. A su vez, el banco adoptaba un enfoque prudente respecto a sus niveles de capital y no ofrecía bonus a sus empleados, lo que mantiene y es una de las prácticas que no solo causó más estupor durante la crisis, sino que incentivó las conductas de riesgo en el sector financiero.
Hoy soplan vientos de cambio más allá de la llamada banca ética para reconectar las finanzas con las necesidades de la sociedad, afianzando ambas y previniendo nuevas crisis. “¿Estamos infravalorando los riesgos financieros asociados con el cambio climático y la transición a la economía verde?”, se plantea Andreas Dombret, miembro del Consejo Ejecutivo del Banco Central Alemán.
La Comisión Europea, acuciada por la misma inquietud, ha creado recientemente un Grupo de Expertos de Alto Nivel en Finanzas Sostenibles para esbozar nuevas respuestas. En su primer informe admiten que “se podrían estudiar incentivos para inversiones sostenibles y una penalización para las que no lo sean” y se reconoce que “la contribución potencial de los bancos al desarrollo sostenible no ha alcanzado su plenitud”.
¿Es esto suficiente? En paralelo, la Alianza Global para una Banca con Valores (GABV), cofundada por Triodos Bank, publica junto a Finance Watch y Mission 2020 su propia aportación por unas finanzas estables y al servicio de la sociedad. En “Nuevas sendas: Elementos para construir un futuro financiero sostenible para Europa“, van algunos pasos más allá.
Una de las causas más reconocidas de la crisis fue la incapacidad de las entidades financieras para calcular el valor real de sus activos financieros, con balances saturados por los llamados “activos tóxicos”. ¿Podemos prevenir que vuelva a ocurrir? El informe plantea, entre otros, recalibrar los requerimientos de capital para los bancos, “introduciendo condiciones favorables para activos que demuestran cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU y necesidad de capital extra para activos con riesgos sociales y medioambientales más elevados”.
Destaca también su recomendación de facilitar el acceso de la ciudadanía a fondos de inversión sostenibles, así como de promover un sector financiero más diverso y de reconocer las llamadas loyalty shares. Se trataría de un modelo europeo de acciones en las que los inversores disfrutarían de un tratamiento más beneficioso en el caso de mantener sus activos un número determinado de años. Objetivo: permitir que las compañías se concentren en los aspectos más relevantes a largo plazo.
“Necesitamos que las instituciones financieras y los líderes políticos europeos y del mundo sean socios en la colaboración global para cocrear una nueva economía sostenible”, escribe Christiana Figueres, artífice del Acuerdo del Clima de París, en el preámbulo del informe de la GABV. En esa senda, como ya se ha demostrado en el curso de los últimos años, el rol de las decisiones de la ciudadanía y de las empresas tampoco será menor.
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