En 2013 entraba en vigor en España el procedimiento para obtener el certificado energético de edificios. Los ciudadanos adquirían entonces el derecho a conocer cuánta energía consumía su vivienda, lugar de trabajo o de ocio.
Esta iniciativa, llegada de Bruselas a través de la Directiva Europea 2010/31/UE, tenía por intención primordial informar a los usuarios de los impactos que la construcción tiene sobre el consumo energético y el medio ambiente. Cifras como que el 40% de la energía consumida en la UE o el 36% de las emisiones de CO2 provienen de los edificios (de su construcción y uso) arrojan un poco de luz sobre la gran responsabilidad que reposa sobre nuestro parque construido.
Si a ello sumamos que, según la Comisión Europea, los edificios nuevos, construidos siguiendo los estándares actuales, emplean entre un 12 y un 20% menos de combustible para calefacción, y que al menos el 35% de los edificios de la Unión tienen más de 50 años, la dimensión de la tarea queda clara.
En España, el certificado energético tuvo un comienzo meteórico. Duramente golpeados por la crisis, los profesionales abrazaron la iniciativa con fuerza, con la esperanza de revitalizar el sector hacia un nuevo modo de edificar. Por otro lado, entidades y grupos de expertos veían en la ley el comienzo del camino hacia una construcción sostenible, tras años defendiendo las ventajas que traería la mejora de nuestro parque edificado, reduciendo el gasto en energía de las familias españolas y revitalizando de paso la economía.
Sin embargo, la iniciativa fue deteriorándose poco a poco hasta convertirse en muchos casos en un mero trámite, proliferando los certificados de poca calidad realizados como manera de cumplir un requisito normativo, sin aportar todo su valor potencial. Mientras que todos comprendían las ventajas de tener una lavadora clase A o una bombilla de bajo consumo, la eficiencia energética en la edificación seguía siendo una gran incomprendida.
En 2016, ¿sacamos mejor nota en eficiencia energética?
Hoy, la situación es diferente. En 2011, los españoles suspendíamos en “conciencia ecológica”, según un informe del CIS. Hoy, aunque lejos de otros países europeos como Dinamarca, el cuidado del medio ambiente empieza a ser una razón de peso para elegir un producto. Ya sea un cosmético o una vivienda.
La eficiencia energética va tomando la posición que le corresponde, incorporada al proceso de construcción de nuestros edificios. Los usuarios perciben las ventajas de tener una casa más eficiente y confortable y esto se manifiesta a la hora de decantarse por la compra de una vivienda.
El éxito de iniciativas de banca sostenible como las hipotecas de Triodos Bank demuestra que los consumidores entienden el ahorro que supone una vivienda eficiente a lo largo de todos los años que se habita. La plataforma Ecobservatorio proporciona datos claros: de media, una vivienda de 100 metros cuadrados y una calificación G gasta al año 2.087 euros en calefacción, refrigeración y agua caliente; mientras, una vivienda con una letra B requiere apenas 390 euros anuales.
Por ello, el certificado energético es un paso fundamental para beneficiarse de estos ahorros. Sin un buen diagnóstico, ¿cómo se pueden acometer buenas mejoras?
¿Cómo puedo saber si mi certificado energético es bueno?
Con la gran oferta de certificación energética disponible, muchos propietarios eligen un proveedor prestando atención a temas como el precio o tiempo de ejecución del certificado. Pero, si queremos disponer de un buen diagnóstico que nos permita mejorar nuestra vivienda de verdad, deberemos realizar esta elección con sumo cuidado.
Será fundamental la visita del técnico a la vivienda a certificar, para conocer las características de la construcción y el emplazamiento para recopilar la información básica para analizar la vivienda:
- Toma de medidas de los huecos de las ventanas, las estancias y las fachadas
- Estudio de los materiales empleados en su construcción
- Comprobación de las instalaciones de calefacción y refrigeración empleadas, inspeccionando visualmente cada una para comprobar sus características.
Con estos datos, el técnico podrá emitir un diagnóstico veraz y útil, y proporcionar las medidas de mejora más adecuadas para la vivienda. Según los datos proporcionados por Ecoobservatorio, las medidas de mejora más habituales son el cambio de ventanas y calderas. Pero, ¿y si se pueden acometer medidas con menor inversión? La visita de un profesional quizá nos encamine a realizar pequeñas mejoras de menor coste.
Aún queda un largo camino por recorrer hasta alcanzar los edificios de Consumo Casi Nulo, obligatorios a partir de 2020, pero, gracias a iniciativas como la Certificación Energética de Edificios, estamos dando pasos hacia la reducción de emisiones, a nivel nacional, y un mayor confort en nuestros hogares.
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